HISTORIA DE LA CIENCIA EN EUROPA RESPONSABILIDAD ÉTICA DE LOS CIENTÍFICOS

                             

                      LA RESPONSABILIDAD ÉTICA DE LOS CIENTÍFICOS



Los científicos investigan en sus respectivos campos condicionados por los intereses sociopolíticos del momento.
Hay épocas más fructíferas que otras por la aparición de descubrimientos a partir de observaciones y desarrollos teóricos que terminan pudiendo comprobarse con observaciones experimentales (a veces décadas más tarde), que confluyen con otras ideas, hallazgos o teorías en otras ramas del saber, y se nutren recíprocamente.

Por otro lado la relación entre ciencia y tecnología hace que la sociedad muestre interés por la ciencia, sobre todo por sus aplicaciones, y por los científicos.

La primera mitad del siglo XX se vio marcada por las dos guerras mundiales, en un momento en que la ciencia, apoyada en los hallazgos científicos del siglo XIX, estaba produciendo tantos descubrimientos que fueron surgiendo diferentes ramas del saber, afectadas por las catástrofes bélicas; algunas de ellas recibieron un fuerte impulso financiero en la búsqueda de soluciones científicas a las necesidades militares..., producir más daño al enemigo con la justificación de acabar con la barbarie.

El dilema ético al que tuvieron que enfrentarse en estos terribles periodos de guerra fue tan intenso que a muchos les marcó sus vidas. Muchos se dejaron llevar por la presión política o por la ideología nacionalista imperante. Otros nos dejaron ejemplos de lucha por intentar hacer razonar a los gobiernos e intentar impedir que el uso de sus descubrimientos provocaran dolor y masacres.

A partir del 1 de agosto de 1914 los imperios fueron declarándose la guerra. En Alemania los científicos aunaron sus fuerzas en medio de un encendido fervor patriótico. El colectivo de 93 científicos, teólogos, poetas, arquitectos, dramaturgos, músicos, filósofos, escritores firmaron un manifiesto a favor del Imperio y su Emperador, que escribió el escritor judío Ludwing Hulda (posteriormente tuvo que huir del la Alemania nazi, rechazado por EEUU, terminando suicidándose). Ese manifiesto, enviado a miles de personas de países neutrales, engarzaba con radicalidad cultura, ciencia y patriotismo, justificaba lo que hacía el imperio y avivaba la llama del patriotismo alemán. Max Planck firmó.

El 8 de actubre de 1914 la revista Nature publicó un artículo de Wiliam Ramsey galardonado químico británico, arguyendo que el ideal anglosajón es la libertad de los individuos, frente al ideal teutónico que es la obligación de los individuos a una oligarquía omnipotente, lo que hacía que los científicos tuvieran libertad o no respecto a las políticas de sus representantes gubernamentales.

En Alemania tan solo el catedrático de fisiología de la Universidad de Berlín redactó una carta pacifista intentando neutralizar el nacionalismo militante de sus colegas científicos, “Manifiesto a los europeos”. Sólo firmaron tres científicos más, uno de ellos Albert Einstein. Invocaba un europeismo por encima de las patrias. Sus colegas terminaron cesándole de su cátedra por antipatriota. Emigró a Argentina.

Durante la Primera Guerra Mundial en el frente se mataban los soldados en las trinchera, pero en los laboratorios los científicos seguían haciendo ciencia. Los científicos alemanes colaboraron con su gobierno buscando medios de masacrar al

enemigo rápidamente y finalizar la guerra. Fue la época de probar venenos, del terrible gas mostaza, el gas cloro (su más ferviente partidario fue el químico alemán Fritz Jacob Haber. Su esposa Clara Immerwart, brillante química, se suicidó disparándose con la pistola de su esposo 10 días después de la masacre en terreno belga con 150 toneladas del gas tóxico). Cuando perdieron la guerra el resto del mundo científico aisló a los científicos alemanes, hasta el 5o Congreso Solvay de 1927.

Las corporaciones multinacionales químicas estadounidenses aportaron créditos a las empresas alemanas del sector. Alemania se fue recuperando económicamente gracias a esos créditos. Los laboratorios seguían funcionando.

El trabajo en colaboración de la física Lisa Meitner y el químico Otto Hahn desde 1912 hasta que L. Meitner tuvo que abandonar la Alemania nazi por su ascendencia, dio como resultado el descubrimiento de la fisión del átomo de uranio al ser “bombardeado” por neutrones. En 1938 descrubrieron la energía atómica, el año en que Alemania invadió Polonia.

Meitner y Hahn se mantuvieron en contacto. Tras la guerra L. Meitner le reprochaba en un a carta refiriédose a los científicos alemanes: “...todos trabajasteis para la Alemania Nazi. Tratasteis de ofrecer solo una resistencia pasiva... se permitió asesinar a millones de seres humanos inocentes sin que se pronunciara ningún tipo de protesta.”

Cuando el físico alemán Werner Heisenberg quiso reclutar a su amigo y colega Niels Bohr, eminente físico danés, para que colaborara en el Proyecto Uranio alemán que buscaba conseguir la bomba atómica para ayudar al régimen nazi a ganar la guerra, éste se negó. Alemania había invadido su país, pero también estaba la reflexión ética: ¿Debe un científico utilizar sus conocimientos para ayudar a un gobierno a conseguir un arma que provoque un genocidio? N. Bohn creía que la ciencia es algo que debe usarse para el bien de la humanidad, no para destruirla.

Los científicos alemanes que no tuvieron que huir se vieron inmersos dentro del ideario nazi nacional socialista; colaboraron codo a codo por que su nación consiguiera la victoria. ¿Qué tienen los idearios nacionalistas que impiden emerger los cuestionamientos éticos del ser humano?

Los nacionalismos inflaman nuestras emociones, impidiéndonos guiar nuestras acciones por razonamientos lógicos y éticos.

Leó Szilàrd, uno de los grandes físicos nucleares exiliados a EEUU por razón de su ascendencia, en Enero de 1939 fue a encontrarse con Einstein (exiliado en 1932) tras comunicarse el descubrimiento en Alemania de la fisión nuclear en el 5o Conferencia de la American Phisical Society sobre física Teórica, celebrada en Washington. Juntos escribieron una carta cuya traducción al inglés firmó Einstein y entregó al presidente Roosevelt informándole de este hallazgo científico en Alemania, así como de la conveniencia de empezar a investigar esa energía en Estados Unidos para neutralizar el posible poder que pudieran desarrollar los nazis. El primer paso hacia el proyecto Manhattan que derivaría en el desarrollo de la bomba atómica en EEUU.

Hubo galardonados científicos estadounidenses llamados a colaborar en el proyecto que se negaron a hacerlo, por objeción de conciencia. Así David Bohm.

Tras la victoria de los aliados contra Alemania, quedando únicamente Japón en la contienda Leó Szilàrd intentó convencer al Presidente Truman de que no se utilizase la

recién inventada bomba atómica contra la población civil en Japón. La bomba se había creado para impedir que fuera Alemania la que consiguiera la bomba y masacrara más aún al resto de pueblos; Alemania ya estaba vencida. No se le escuchó. Ni tampoco se tuvo en cuenta el Informe Frank, un comunicado del Committe on Political and Social Problems constituido en la Universidad de Chicago encabezado por James Frank (Premio Nobel de Física en 1925), firmado en Junio de 1945 por destacados físicos nucleares Donald J. Hughes, J.J. Nickson, Eugene Rabinowitch, Glen T. Seaborg, J. C. Steams, y Leó Szilàrd. El informe recomendaba que la bomba atómica no fuera usada. O se hiciera una demostración en un desierto en presencia de representantes de la ONU. Evitar una masacre en Japón, ya innecesaria con Alemania vencida, y evitar una carrera armamentística que obligaría a crear grandes cantidades de bombas atómicas. No lograron que se atendiera la lógica y la ética de sus argumentos. Se había invertido demasiado dinero en el proyecto. No iban a consentir que no se viera el logro científico- militar. Dos meses después morían 140.000 habitantes de Hiroshima y Nagasaki en el momento del impacto de sendas bombas atómicas.

Los Premios Nobel que contribuyeron a la fabricación de la bomba atómica fueron los físicos europeos, italianos, ingleses, belgas y alemanes que tuvieron que huir de la Alemania Nazi y refugiarse en EEUU.

Cuando el Presidente Truman desoyendo la petición de los científicos ordenó que se arrojarán las dos bombas sobre las dos ciudades japonesas L. Szilàrd lo calificó de “flagrante violación de nuestros propios patrones morales”.

Las predicciones de los científicos empezaron a cumplirse. La carrera armamentística había comenzado.
Cinco años más tarde, tras haber construido también los rusos la bomba atómica ya estaban desarrollando ambos la bomba de siguiente generación, la Super, la bomba termonuclear o de hidrógeno,

Robert Oppenheimer, director científico del Proyecto Manhattan, se opuso desde el principio a participar en esta bomba, desencantado y emocionalmente tocado por los efectos de las bombas nucleares, sintiéndose “con las manos manchadas de sangre”, como le manifestó a Truman ante su requerimiento. Lo pagó con deshonores e inhabilitación en 1954. Posteriormente el presidente Lyndon Jonson le rehabilitó otorgándole el Premio Fermi. En la entrega del galardón Oppenheimer le dijo al Presidente :”Jefferson escribió que el espíritu de hermandad de la ciencia es el que une en una sola familia a todos sus devotos. No hemos dado siempre muestras de ese espíritu de hermandad de la ciencia..., en parte, porque estamos comprometidos con esta gran empresa de nuestro tiempo, probando si los hombres pueden vivir sin guerra, como el gran árbitro de la historia”.

Isidor Rabi y Enrico Fermi hicieron un comunicado condenando la fabricación de la Super desde un punto de vista moral y ético.

Esta narrativa muestra que cada científico debería asumir la responsabilidad ética de sus investigaciones. Los sistemas económicos y politico-militares tienen sus propios objetivos que carecen de valoraciones éticas; sí tienen preocupación por las opiniones de la sociedad, que los sustenta.

La sociedad necesita que los científicos tengan una formación en ética y moral. Y en Historia de la ciencia.





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