HISTORIA DE LA CIENCIA EN EUROPA El Calendario revolucionario

HISTORIA DE LA CIENCIA EN EUROPA Tarea 2 



Análisis de un fracaso

Ante la reiterada demanda de la sociedad francesa de uniformizar el sistema de pesos y medidas para todo el reino de Francia, tras la Revolución los sabios, que ya estaban trabajando organizadamente en la Academia de las Ciencias de París bajo el patrocinio del rey antes de la Revolución, al producirse ésta los sabios colaboraron con la misma, comprometiéndose con la sociedad civil francesa. Y lo hicieron de forma organizada a través de intenso y constante trabajo científico, creando comisiones para realizar proyectos que perduran posteriormente.
Así lograron, tras una trabajo arduo y tenaz de más de 7 años, la definición de un sistema de pesos y medidas que concluyó con el decreto del 10 de diciembre de 1799 en el que se determinaba que la unidad de longitud era el metro y la unidad de peso era el kilo, y que el sistema de múltiplos y submúltiplos sería decimal, en base a 10. Este sistema se difundió rápidamente por toda Francia, y poco a poco se fue extendiendo por la Europa continental y nuevas repúblicas americanas.

A continuación intentaron implantar un cambio en la forma de contar las horas, en base al 10, un día dividido en grupos de diez horas, una hora en grupos de diez minutos... El esfuerzo industrial relojero y divulgador fue demasiado grande. No terminó de arrancar. Aun se conservan en museos franceses relojes decimales.

Otra misión científica revolucionaria fue el cambio del calendario gregoriano imperante, lleno de alusiones religiosas, a la monarquía, a mitos creacionistas, que había que extirpar.
Había que crear un calendario revolucionario. El proyecto se le encargó a una comisión presidida por Gilbert Romme, un matemático radical que utilizó la coincidencia de la fecha de la proclamación de la República con el equinoccio de otoño para fijar el nuevo comienzo del año del calendario revolucionario el 22 de setiembre, de la extinta datación gregoriana 1792, a las 9 horas, 18 minutos y 30 segundos de la mañana.

Alejándose de tradiciones religiosas o políticas atendió a la naturaleza para organizar el año del calendario revolucionario: la luna pasa 12 mese delante del sol a lo largo del tiempo que la Tierra describe una órbita completa alrededor del mismo.
Por lo tanto el año tendría 12 meses iguales (primero, segundo, tercero, cuarto...), de 30 días, distribuidos en grupos de 10, décadas (primera, segunda y tercera).
Al final quedaban 5 días, los epagomenos, que se añadirían al concluir la tercera década del doceavo mes.
El periodo bisiesto de cuatro años se denominaría Franciada, y el día extra a intercalar se llamaría día de la Revolución.
El año revolucionario daría comienzo cada medianoche del día del equinoccio verdadero de otoño según el Observatorio de París.

G.Romme presentó este calendario al comité de Instrucción Pública el 17 de setiembre de 1793.
La Convención nombró miembro de la comisión encargada de la elaboración del calendario revolucionario al poeta Philippe François Nazire Fabre con el encargo 
de que asignara a los meses nombres elegantes rítmicamente, fáciles de recordar. Asignó nombres relacionados con la naturaleza, propuso también nombres que honraban a la naturaleza, a la actividad agrícola e industrial para determinados días del año. Los días epagomenos recibieron nombre de la cultura republicana a festejar: día de la adopción, de la industria, de las recompensas, de la paternidad y de la vejez.

Este calendario estuvo activo como calendario único hasta 1805, en que el nuevo Emperador Napoleón decretó el 22 fructifor del año XIII (9 de setiembre de 1805) que el siguiente 11 nivoso se datara como 1 de enero del 1806, y se regresara a contar el tiempo de acuerdo con el calendario gregoriano.

Napoleón tomó esta decisión tras consultar con el científico de más prestigio del momento, Laplace, y escuchar sus sugerencias.

Y no es de extrañar, dada la cantidad de problemas que trajo el cálculo de los equinoccios para los años bisiestos. La república tuvo que convocar a los labios para intentar resolverlo. Entre otros fueron consultados Laplace, Lagrange, Lallande y Messier, y G. Romme pudo conseguir que se emitiera un decreto con las conclusiones:

“Diez días hacen una década; tres décadas hacen un mes; doce meses y cinco días hacen un año; cuatro años y un día hacen una franciada; cien franciadas simples, menos tres días, hacen una franciada secular; diez franciadas seculares menos un día hacen una franciada milenaria”.

El problema era que la naturaleza de los astros no era decimal ni le influía la revolución francesa.
La Francia republicana era una nación astronómica, en la cual Laplace tenía mucho poder.

Esa incapacidad del calendario a adecuarse a la realidad de la naturaleza obligaba a soluciones muy obtusas, difíciles de manejar para la gente común, en una época sin globalización ni Internet.
A finales del s. XVIII y comienzos del XIV no había medios de comunicación de masas. La transmisión de estos cambios de calendario sólo se podían hacer a través de transmisión local. Requerían al menos el paso de una generación de nacidos en época de uso de ese calendario revolucionario y que pudieran transmitirlo a la siguiente generación. No hubo tiempo, dadas las otras características del problema.

Por otra parte era un calendario tan lleno de referencias a la cultura revolucionaria, cuyas repercusiones fueron tan temidas en toda Europa, y mirada con tanto recelo, que dicho calendario no tenía ninguna posibilidad de ser admitido en algún otro lugar del mundo.

Y la Revolución no fue duradera, llegó un nuevo Emperador, con lo que no se podría seguir imponiendo por la fuerza de las ideas revolucionarias. Sólo en la Comuna de París de 1871 hubo un intento de resucitar el calendario revolucionario.

Incluso en Francia G. Romme, el matemático responsable último del calendario, terminó en la guillotina dada su radicalidad. Radicalidad que le permitió primar la base matemática de la valoración del 10 para dividir y multiplicar todas las medidas, incluidas las del tiempo, sobre la realidad que la naturaleza le estaba mostrando a través de los conocimientos de los astrónomos,


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