Introducción a la Filosofía de la ciencia Tarea 1

El pensamiento racional

El problema que planteo es nuestra capacidad para realizar pensamiento racional, que a través de averiguaciones inductivas nos lleva a conclusiones lógicas. Realmente nos supone un esfuerzo emocional, como señala Sven Ove Hansson en su interesante artículo “¿Cómo están conectadas las principales formas de irracionalidad?”

A lo largo de todo mi proceso de formación académica, desde la escuela a la universidad, se me fue repetido la idea de que el ser humano era el único animal racional, lo que nos diferenciaba de los animales, que no podían pensar, actuaban bajo el mandato de los instintos. Si, eran otras épocas. Aun me ocultaban la teoría de la Evolución de Darwin... Pero esa idea aún está en la calle, y en la mente de maestros que aprendieron en la misma escuela que yo.

Ahora sabemos por la Neurociencia que las decisiones las tomamos primeramente en la parte del cerebro que rige las emociones, la angina; luego pasa a la parte frontal del cerebro que procesa el pensamiento racional, donde sopesaremos las posibles consecuencias de nuestros actos si actuamos como nuestras emociones nos quieren conducir. Un científico del BCBL de Donostia nos informaba que habían encontrado en sus investigaciones que las decisiones eran más racionales si se realizaban en idioma aprendido que en idioma materno. Aconsejaba tenerlo en cuenta a la hora de tomar decisiones económicas: aconsejaba hacerlo en el segundo idioma . El idioma materno gestiona el pensamiento por la vía más emocional y menos racional.

Ya Bacon en 1620, cuando explica el método inductivo como la mejor manera de conocer e investigar el mundo, partiendo de la observación neutral y objetiva, sin hacer asunciones de lo que se espera o lo que se desea encontrar, advertía de los ídolos o dogmas que había que superar para que las observaciones condujeran directamente a las teorías.

Con el objetivo de que la ciencia fuera neutral, estuviera libre de dogmas, el sujeto cognoscente había de superar cuatro tipos de “ídolos” o tendencias de la mente cuando recaba datos para una investigación: el “ídolo de la tribu”, confusiones por el modo en que nuestra manera de pensar lógica impone orden donde no lo hay; el “ídolo de la cueva” la tendencia a defender nuestra posición, dar más credibilidad a los argumentos que la apoyan desoyendo los que la contradice; el “ídolo del mercado” el uso de un lenguaje impreciso; y finalmente el “ídolo del teatro”, nuestra confianza en lo que dicen las personas con autoridad.

Cuando S. Hanson analiza el tipo de razonamiento que utiliza la pseudociencia, el negacionismo científico, la resistencia a los hechos y los hechos alternativos en el artículo arriba mencionado, nos muestra un modelo gráfico en el que dentro del área del discurso racional, donde se incluyen todos nuestros continuos y habituales razonamientos, un área más pequeña es ocupada por las prácticas de investigación empírica que no pertenecen al dominio de la ciencia y si de nuestras investigaciones cotidianas, tanto profesionales como del día a día; y dentro de esa

área de las investigaciones empíricas un área más pequeña y central de la investigaciones científicas.
Remarca que para la opinión pública un alto grado de racionalidad se suele asociar con frialdad emocional y falta de empatía.

La argumentación ha de ser racional, impersonal, concentrándose en las observaciones y las ideas, independientemente de quien las aporte. Pero el superar la tendencia a no renunciar a las ideas que apreciamos e ir hasta donde nos lleven los argumentos nos va a crear unas emociones que hemos de saber encauzar. Hemos de entrenarnos y capacitarnos para poder admitir otros razonamientos que contradigan los nuestros. Señala que puede ser emocionalmente agotador.
“La capacidad para ser racional es en gran medida una capacidad emocional”, concluye.

Y hay que entrenarla, añado yo.


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