CIENCIA Y ARTE TAREA 1.1 OIR Y ESCUCHAR


                    Primer ensayo de la coral de enfermos de Alzheimer el 14 de marzo de 2019 en Vigo



OIR Y ESCUCHAR

Oir supone captar las ondas acústicas del aire a través de nuestro sistema auditivo, el organo sensitivo, el oido (el externo con el tímpano, el interno con los tres huesecillos y la cóclea, que contiene los estereocilios que conectarán con la primera neurona del nervio auditivo), el nervio auditivo que conduce las señales recibidas en forma de impulsos eléctricos, y por último la corteza auditiva del cerebro.

Es automático, ajeno a nuestra voluntad. A nuestro oído llegan tantas señales auditivas, tantas ondas acústicas, que no podemos gestionar todas.

No procesamos toda la información sonora que recibimos. Es demasiada la que nos llega. El cerebro reconoce algo y lo va dando forma porque le gusta lo que le resulta familiar, lo clasifica como algo que ya conoce y lo moldea para presentarlo.

Escuchar, por el contrario,  supone prestar atención voluntaria a lo que estamos oyendo, para clasificarlo en función de lo que conocemos y así reconocerlo, tras lo cual reaccionaremos emocionalmente, conductualmente (contestando o repitiéndolo, si es un mensaje verbal, diferente se va acompañado de música o es prosa, moviéndonos si nos impele a la acción –bailando, siguiendo una indicación de acción, cantando...-, ) reflexivamente.

Si oímos ruido molesto, nos ponemos a escuchar para identificar la fuente para evitarla y comprobamos que no es evitable, nos moveremos del lugar para librarnos de esa incomodidad. A veces eso no es posible. Podemos intentar volitivamente ignorarla prestando atención a otros sonidos del lugar, conversaciones, música... Así se puede llegar uno a habituar al sonido de máquinas, coches, motos, trenes o aviones si coinciden cerca de nuestro lugar de trabajo o de residencia, y dejar de oírlo. Para conseguirlo es necesario que deje de importarnos emocionalmente, que se convierta en un estimulo auditivo emocionalmente neutro.

Escuchamos solamente la información acústica que nos interesa

Escuchamos de forma discriminada porque el sonido nos conecta con el mundo, nos ofrece la información que necesitamos para interaccionar con el medio y poder así solucionar nuestras necesidades; y porque conecta en el cerebro con nuestras emociones.
Por eso la música es tan importante para nosotros, hasta el punto que es una capacidad innata en todos los seres humanos y desde los primeros meses de vida. Por eso todas las culturas desarrollan las capacidades musicales de sus miembros. Es una herramienta que proporciona placer, tiene la capacidad de traer a la conciencia recuerdos olvidados (las asociaciones de familiares de enfermos de alzheimer utilizan cada vez más los grupos corales para estimular la memoria de sus familiares; cuentan bonitas historias de pacientes que ya no hablan y que tras asistir al ensayo coral y cantar, salen hablando y reconociendo al familiar que les espera llamándole por su nombre, cuando antes de participar en el ensayo cantando no articulaban palabra alguna), facilita el trabajo en grupo, cohesiona grupos de personas no familiares, reforzando los lazos afectivos, nos ayuda a festejar cualquier evento; conecta con el área cerebral del placer (sus sonidos ordenados, repetitivos y predecibles nos

indican que hemos encontrado un lugar seguro, que le gusta al cerebro); en suma, es un premio.

Todos no percibimos la música de igual modo. La música rememora en cada persona escenas vividas, personas, emociones, sentimientos..., todos ellos individuales, personales. Cada persona percibe la música en función de las experiencia que ha vivido.

Los músicos además, perciben la dimensión armónica de la música.
Las otras dos dimensiones de la música, el ritmo y la melodía, son percibimos por todas las personas, aunque no tengamos conocimientos musicales; nos impelen a movernos, y a sentir.

Esa capacidad de la música de provocar emociones, desde el placer abstracto al disconfor, pasando por la nostalgia o la indiferencia, se debe a que en el cerebro conecta con la memoria de lo vivido asociado a determinadas canciones o determinadas composiciones musicales, nos hace revivir lo ya vivido, doloroso o placentero. Activa las conexiones cerebrales que producen la remembranza, que nos traen a la memoria los recuerdos.

Y es un arma que podemos utilizar para influir voluntariamente en nuestros estados de ánimo y en nuestras emociones, facilitando que los malos momentos pasen más rápido, cambiando el tono emocional de negativo a positivo.
Esa es la magia de la música.

Un experimento en 2004 llevado a cabo por Pedro Espi-Sanchís en una reunión de investigadores, a los que repartió tubos de plástico de distintas longitudes, y les animó a soplar, concluyó al los pocos minutos con todos bailando al son de la  melodía agradable que se había ido creando. 

¿La música cumplió una función adaptativa evolutiva o es un afortunado efecto secundario? Es la pregunta que las investigaciones en neurofisiología de la música trata de averiguar.


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