¿Puedo PENSAR sin LENGUAJE?





Esa arquitectura cerebral que se fue desarrollando por la interacción entre los sucesivos cambios genéticos y la capacitación para la producción sistemática de herramientas, así como de su uso en grupo, propició la aparición del lenguaje.

Y el lenguaje, en sí mismo, se convirtió en una de las herramientas más poderosas para seguir influyendo en la plasticidad del cerebro y ayudando a su evolución. Permitió a los grupos humanos transmitir cultura, transmitir información para mejor la interacción con el medio; les permitió ocupar diferentes nichos, evolucionar.

En ese continuo diálogo evolutivo entre la evolución genética del cerebro y la evolución de las herramientas y capacidades simbólicas que ese cerebro ha permitido, hemos llegado a un punto en el que el cerebro nos ha proporcionado otra herramienta: la autoconciencia.

El grado de desarrollo del lenguaje al que hemos ido llegando nos está permitiendo crear y transmitir una cultura que en los últimos 100 años nos está llevando a conocer la Historia Grande, incluyendo el código genético, "universal" dentro de nuestro planeta, y nuestro propio genoma.


¿Puedo pensar sin lenguaje?

Puedo emocionarme sin palabras, sin lenguaje. 
Puedo tener un sentimiento sin palabras, puedo sentir alegría, tristeza, asombro ante algún hecho novedoso y grato que observo... 
Pero si quiero comunicar mis emociones  y mis sentimientos, tengo que ponerles palabras, usar el lenguaje.
Y si quiero guardar en mi memoria esos momentos de emoción, o recurro a ponerles palabras, o los guardo como imágenes visuales asociadas a la emoción o el sentimiento. Al rememorar, me sigo emocionando recordando un hecho en un lugar, recuerdo la imagen visual donde sucedió, la luz, los colores del momento.

Y puedo recordar alguna emoción asociada a una melodía musical..., pero lleva asociada una imagen visual también., indicándome dónde y cuándo, colores y tipo de luz.

Probablemente sea consecuencia de mi nula formación musical. La plasticidad de mi cerebro habrá entrenado la memorización de emociones asociada a imágenes visuales, no tanto a pautas sonoras. Me imagino que no será igual en cerebros con más habilidades entrenadas.

El resto de recuerdos tienen palabras, símbolos; son relatos narrados con lenguaje.
Los pocos recuerdos que conservo anteriores a los 3 años tiene palabras, y los puedo narrar: las trampas que hacía con el chupete, la vieja muñeca que me querían tirar, el caballito de cartón que me daba miedo, la espera en el jardín del hospital a que regresara mi madre, sujetando de la mano a mi hermano pequeñín...


Sin embargo recuerdo la época en que mi hija no tenía aún palabras, mejor dicho , no podía aún fonar palabras, antes del año.


Desde los 5 meses pasaba el día señalando con la mano y diciendo “a!” o “gu!”, o algo parecido. Y no paraba hasta que yo le decía el nombre del objeto que señalaba. Era un continuo diálogo entre lo que yo le enseñaba, ella recordaba, y posteriormente me pedía que le repitiera: estaba elaborando su vocabulario interno y la relación personal conmigo.

No teníamos aún libros infantiles. Le sacaba una revista que me habían regalado, más de 400 páginas, llena de fotografías. Íbamos pasando las páginas y yo le iba nombrando los objetos de las fotos. Había una foto de un indio americano con su diadema llena de plumas de muchos colores. Yo le decía “indio”, y a la vez le hacía el gesto con la mano abierta ante la boca, dando palmaditas a la boca abierta y diciendo “uh, uh, uh, uh”

Cuando ella tenía casi el año, yendo por la calle sentada en su sillita de bebé, nos cruzamos con una señora africana vestida con un turbante y túnica de preciosos y luminosos colores. Llevaba una niña pequeña de la mano. Mi hija, al verla, se giró bruscamente hacia mí, sentada en su silla, emocionada, me la señaló e hizo el gesto de la mano en su boca repitiendo “uh, uh, uh, uh”.
¡Qué vergüenza!
Me estaba pidiéndole que le contestara “¡Si, cariño, indio!”... e insistía e insistía, porque yo no la contestaba. Hasta se incorporó, se puso de pie en la sillita, girada hacia mí, y me repetía el gesto de la mano, y a continuación señalaba a la buena señora.
Pero yo no podía hacer lo que ella me pedía..., y no podía huir rápidamente, porque se me caía la niña puesta en pie.
Aún recuerdo la expresión de extrañeza de aquella buena mujer con la que nos tropezamos, recuerdo el lugar, la ropa de la niña, la luz; podría decir qué hora era por las sombras de los edificios en la acera. Nunca he pasado tanto apuro ni vergüenza: no podía resolverlo,  contestándola, hasta que giráramos la esquina y no nos viera. Han pasado 29 años y aún lo recuerdo con vergüenza.


Ahora conozco el método para enseñar a comunicarse con el bebé oyente con los signos manuales de los sordos. A partir de los 6 meses los niños tienen la capacidad de copiar los gestos de los signos de las manos. Ello permite comunicarse con los pequeños con lenguaje gestual antes de que puedan fonar el lenguaje vocal. Permite comunicar alegrías y penas, deseos y peticiones, hambre, dolor, dónde, cuánto... He sido testigo de cómo una niña de 6 meses respondía a la pregunta de su madre “¿Qué has desayunado esta mañana, cariño?”; ella, con su manita le contestaba con dos gestos: galleta y biberón.

A lo largo de mi existencia he tenido la suerte de vivir un cambio de paradigma en cuanto a las diferencias sociales de género. Antes de mis 30 años yo no tenía conceptos ni palabras para poder pensarlo, elaborar líneas de razonamiento, ni dialogar sobre ello.

¿Cómo lo gestionaba antes? Con emociones negativas que me abocaban a una sola palabra: injusticia. “Esto no es justo”, repetía.
De los 12 a los 30 años he estado gestionando mis emociones sociales negativas con el concepto de justicia.

Mi comportamiento ha estado dirigido por esas reacciones emocionales que gestionaba con la palabra “injusticia”.

Ahora puedo reflexionar, analizar, dialogar, discutir, repensar..., sobre ello. Tengo lenguaje simbólico sobre conceptos que antes no conocía.
Ha sido la cultura, buscada y adquirida poco a poco, a través de cursos, cursillos, y conferencias, la que me ha facilitado los conceptos, el lenguaje para reflexionar, transmitir y difundir.
El lenguaje hecho cultura.


Viví algo similar con el conocimiento de Darwin y de sus investigaciones. A mi generación se nos ocultó hasta que ya entramos en la veintena. Recuerdo que tomar contacto con la teoría de la Evolución fue una sorpresa tan grande, y de un impacto emocional tal, que cambió mi forma de vivir en el mundo, de pensarlo. Sentí que llevaba demasiados años engañada, que la realidad que habían creado para mí no era real, eran creencias falsas convertidas en cultura, transmitidas a través del lenguaje. Fui entendiendo cómo construimos la realidad a través del lenguaje.
De nuevo el lenguaje hecho cultura.

Es con el lenguaje con el que vamos elaborando planes de acción, los podemos transmitir y posteriormente podemos colaborar para llevarlos a cabo. Sin lenguaje no es posible.

Espero que cuando mi cerebro vaya decayendo por la edad, si me empiezan a faltar las palabras, pueda seguir conservando las huellas simbólicas de esas palabras, los conceptos, que me faciliten entender mis emociones y sentimientos. Y que me permitan seguir organizando mi vida, las pequeñas rutinas de lo cotidiano. Pueda seguir disfrutando de la compañía de mis compañeros de viaje, y podamos hacer pequeños planes juntos.

Me resultan prometedoras esas experiencias que Asociaciones de familiares de enfermos de Alzheimer están poniendo en práctica con la música y con grupos corales que cantan canciones de antaño... y que hacen recuperar momentáneamente la palabra a enfermos que antes de cantar ya no hablaban. Que por las mañanas, al despertarse y señalarles en el calendario el día de la semana, sonríen felices si ese día toca ir a cantar. Y que al salir de la sesión de canto coral se dirigen a sus familiares felices, de nuevo con lenguaje,  llamándoles por su nombre,  contándoles lo que han hecho, y agradeciéndoles. 

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