¿PROGRESO, INNOVACIÓN O CAMBIO?

                                  ¿Progreso, o innovación y cambio?



¿Es posible resistirse a los cambios disruptivos? ¿Juegan algún papel los deseos, los horizontes utópicos , los compromisos políticos..., o son irrelevantes frente a la inevitabilidad de la razón tecnológica?



Como indica la historiadora Lill Lepore en su artículo “The Disruption Machine”, hasta el siglo XVII las teorías de la historia (citando a Dorothy Ross) achacando a Dios la cusa de los cambios. Desde el s. XVIII las explicaciones son seculares, dando comienzo a la idea de progreso, que en el s. XIX sería la idea de evolución, en el XX la idea de crecimiento y más tarde de innovación. En el s. XXI surge la idea de la innovación disruptiva.

El concepto de innovación, según el filósofo de la ciencia Javier Echeverría, se amplía de la tradicional innovación en los mercados a las innovaciones sociales (culturales, innovación de usuarios), naturales y lingüísticas.
Citando al sociólogo Everett Roger “una
innovación es una idea , práctica u objeto que es percibido como nuevo por un individuo o por toda una unidad de adopción”. Y “difusión es el proceso mediante el cual una innovación se comunica a través de ciertos canales entre los miembros de un sistema social”.
No sólo las grandes innovaciones, también las pequeñas pueden ser disruptivas. Hay un agente que genera la innovación y unos sujetos receptores que la perciben y valoran como innovación útil, que tienen valor de uso.
Según Christensen las innovaciones disruptivas suponen ofrecer un producto más barato, de peor calidad, que devora toda el campo anterior, terminando implantándose.

Pero la percepción de utilidad por parte del usuario influye en que una innovación disruptiva sea adoptada o no. No sólo el valor de utilidad individual, sino su valoración como beneficiosa para la sociedad, para el ecosistema. En la medida en que los individuos y la sociedad como grupo vaya adquiriendo conocimientos que les permitan ser críticos con lo que consumen, en la medida en que adquieran conciencia de que sus actos son políticos y tienen consecuencias sociales, en el mercado, y en el bienestar general, podrán imponerse al marketing, a las informaciones interesadas de los mercados. Y elegir, y ejercer su poder político individual y social en su beneficio.

La tecnología ha innovado tanto en estos últimos años que nos hemos visto inmersos en un marketing que nos ha guiado en nuestras decisiones. Poco a poco esa novedad irá dejando de serlo. La digitalización, por ejemplo, estará ya integrada en nuestras vidas, y tendremos un criterio más claro, pudiendo valorar sus potenciales beneficios.

Necesitamos un tiempo para desprendernos de la fascinación que una nueva innovación disruptiva nos produce a través del marketing organizado, de los medios de comunicación de masas, de las redes sociales, y del boca a boca. Necesitamos un tiempo para darnos cuenta si esa innovación satisface nuestro deseos, nuestros ideales, nuestras ideas políticas. Un tiempo para distanciarnos y poder ejercer una actitud crítica. Como reflexiona la investigadora Judy Wajcman, ya ha sucedido con anteriores innovaciones disruptivas, como la aparición de la televisión.

Ya empezamos a valorar el tiempo que nos roban las redes sociales, el wasap...

Ese valor de uso hará que a medio plazo sea adoptada o no la nueva innovación disruptiva.


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